Muchos de nosotros hemos oído historias sobre la existencia de relaciones homosexuales entre hombres en el Renacimiento, y las relacionamos con similares comportamientos en la época clásica de Grecia y Roma ¿Pero se puede hablar de homosexualidad como tal en el Renacimiento? ¿Cómo estaban estructuradas las relaciones entre hombres y qué entendían por homosexualidad y heterosexualidad? Y más importante, ¿Qué lecciones nos llevamos de todo ello?
Cuando decidí investigar la homosexualidad en el Renacimiento, me sorprendió descubrir múltiples registros sobre la homosexualidad masculina. A diferencia de Grecia y Roma, el poder que tenía la Iglesia para dictar la vida privada de los individuos era muy grande, y asumí que el tema sería un tabú del que no se hablaba, y que en los anales de la historia sería más difícil de rastrear. Después de haberme informado, ahora veo que los comportamientos homosexuales en esa época eran recibidos de una manera similar al uso de recreativo de drogas en la actualidad: estaban prohibidos a los ojos de la ley, pero todos conocemos a alguien que lo haya hecho o incluso lo hemos hecho nosotros en algún momento.
Sexualidades Medievales: Con la Iglesia hemos Topado
Antes de entrar al lío hagamos un repaso de la actitud medieval ante la relación entre hombres y mujeres: Las mujeres, como es fácil de suponer, tenían que ser vírgenes hasta el matrimonio y castas durante toda su vida. En las relaciones sexuales debían ser receptivas y pasivas. En cuanto a las labores reproductivas, el hombre también llevaba la voz cantante. El semen masculino portaba la “semilla de la vida”, y sin ésta la concepción era imposible. La mujer no poseía ninguna semilla, ni aportaba nada a la perpetuación de la especie humana excepto el ser el receptáculo en el que el bebé se desarrolla. La creación de vida era cosa masculina, las mujeres éramos la pensión de 9 meses.
Además, la Iglesia se metía en las vidas de todos, con mensajes confusos. Las mujeres tenían que ser castas, pero la Iglesia consideraba que las mujeres tenían un deseo sexual mayor que el hombre, que debían reprimir. Las escrituras ayudaban a reafirmar esta concepción, porque al fin y al cabo Eva era la seductora, la que tentó a Adán con la manzana. Para proteger su virginidad, los padres casaban a sus hijas a edades tempranas, entre los 15 y 18 años. Hasta entonces, y para proteger su castidad las mujeres de clase alta vivían aisladas en sus casas, con contacto casi nulo con hombres. Y como el dinero y posición social es siempre es un factor, estos roles cambiaban en el caso de mujeres de menor nivel social, que al no gozar del mismo nivel de protección familiar, también eran más libres y se relacionaban más con el sexo opuesto.
Los hombres vivían una vida distinta, con mucha más flexibilidad. Sus matrimonios se celebraban a una edad más avanzada, a los veintimuchos o treintaypocos. Además previo al momento de su boda los hombres solían ser económicamente dependientes de su familia, pues los roles de gobierno estaban reservados para ciudadanos de más edad. Esta combinación entre ocio, juventud y el período de plenitud sexual fue fundamental para la proliferación de la prostitución, pero también de los comportamientos homosexuales.
El Renacimiento es un tiempo curioso en términos de sexualidad. Por un lado, había un fuerte interés por la cultura clásica de Grecia y Roma, periodo en que la sexualidad era más abierta y libre, y considerado una época de excesos. Por otro, una fuerte intervención de la Iglesia, que intentaba regular los aspectos de la vida cotidiana, marital y sexual.
Esta intervención eclesiástica es parte del legado que el pensamiento medieval le dejó al Renacimiento. Tanto era así que Santo Tomás de Aquino tiene una lista de los greatest hits de actos pecaminosos sexuales, aprobados por la Iglesia. Tomás de Aquino es ese filósofo medieval que se estudia en el bachillerato, junto con San Agustín de Hipona. Digamos que dentro de que los dos son profundamente religiosos, San Agustín sería el chico malo de la filosofía medieval, con su moto y chupa de cuero, mientras que Santo Tomás es el que está en el comité de decoración del baile de fin de curso. Para que os hagáis una idea: Cuando tenía diecinueve años Santo Tomás quiso tomar los hábitos, cosa que a su familia no le gustó nada. Sus hermanos le mandaron una prostituta para que conociese los placeres de la carne y renunciase a una vida religiosa. No hay problema, Santo Tomás ahuyentó a la prostituta con un hierro candente.
(Fig. 1: Santo Tomás de Aquino informándose sobre los peligros de la carne)
Dicho esto, Santo Tomás tenía una particular clasificación de los grados de lujuria. Según él, las causas por las que uno se introduce en situaciones carnales han de ser acorde con la razón (una pareja casada) y con la naturaleza (el objetivo de cualquier conducta lujuriosa debería ser la procreación). Usando estas dos categorías, razón y naturaleza, Santo Tomás ordenaba la lista de actividades sexuales y parejas sexuales en orden de pecaminosidad. Actuar de acuerdo con la razón sería tener sexo sólo con tu esposo porque la unión religiosa se hacía con el propósito de formar una familia. Si estás casado y practicas sexo, es un acto razonable. En cuanto a la naturaleza, el objetivo de las relaciones sexuales son la procreación, por lo tanto es importante que el acto sexual se enfoque únicamente a este propósito.
En principio esto suena muy lógico, considerando las creencias y costumbres de la época. Pero este blog no sería este blog si no hubiera alguna absurda ramificación. Y es que según estas reglas, la violación es mucho más aceptable que la masturbación o el sexo oral. ¿Por qué? Porque de una violación de un hombre a una mujer puede producirse una concepción, y de una masturbación no, por tanto los actos onanísticos son puro egoísmo. Parece (y es) una locura, pero si lo pasas por las premisas de Santo Tomás de razón y naturaleza, desde un punto de vista estrictamente lógico la cosa tiene sentido. Por eso siempre odié la lógica en la universidad.
En el último artículo os animaba a identificaros con el artista y sus intenciones, pero ahora aconsejo precaución. Todavía pienso que los personajes renacentistas han de verse como seres de carne y hueso con sus deseos y apetitos, lo que os insto es a tener cuidado con los anacronismos. De la misma manera que no verás a una mujer del siglo XV llevando un reloj, tampoco puedes esperar ver las nociones modernas de heterosexualidad y homosexualidad en el Renacimiento. Así que antes de saltar a conclusiones, vamos a ver cómo eran las relaciones entre hombres.
Sodomía: Un Sexo, Dos Roles de Género
Las relaciones sexuales entre hombres no suponen nada nuevo para quien esté un poco familiarizado con el Renacimiento. Del mismo modo que sus los antiguos griegos, las conductas homosexuales eran un hecho extendido en la Italia del Renacimiento. Estas relaciones eran definitorias para el concepto de identidad masculina, pero no de la misma manera en la que creéis.
Por lo que la historia nos ha dejado, las relaciones sexuales entre hombres, denominadas sodomía, eran consideradas una especie de ritual de paso, una etapa formativa para la juventud renacentista educada. Eran duramente perseguidas por la ley, y estaban tan extremadamente extendidas que, calculando por los registros de detenciones, dos de cada tres hombres florentinos durante gran parte del siglo XVI habrían estado implicados en algún tipo de delito sodomita. Para la mayoría de hombres, las relaciones esporádicas con personas de su mismo sexo no impedía tener relaciones con mujeres.
El patrón es el siguiente: uno de los hombres, el de mayor edad, toma el rol activo. Este hombre está en sus veinte o en sus treinta. El rol pasivo es adoptado por un chico más joven cuya edad oscila entre trece y veinte años. Y la relación entre los dos está poderosamente adscrita a roles de género. Sí, roles de género incluso aunque los dos sean del mismo género. ¿Sabéis el común insulto que se le hace a los gays de que son afeminados, tienen pluma, etc? Pues en el Renacimiento, estos insultos irían dirigidos sólo al más joven de la pareja. Si alguien quisiese injuriar al joven se le llamaría puttana (puta), algún otro insulto derogatorio femenino o se le trataría simplemente como a una mujer. Esto no es porque el joven tenga carácter femenino, sino porque adopta el rol sexual pasivo, correspondiente en el lecho marital a la mujer.
(Fig.2: David de Donatello, en bronce. Donatello representa a David aquí como el ejemplo perfecto del joven pasivo. Rostro joven, formas redondeadas, brazos en jarras y culo respingón)
El hombre mayor no estaba haciendo nada deshonroso, al fin y al cabo, estaba asumiendo el rol activo, el mismo que asumiría para con una mujer. Si acaso, el dominar a otro hombre de esa manera podría ser considerado más un triunfo que una vergüenza. El hombre más joven se consideraba que estaba en una posición más aberrante, al ser pasivo, pero la juventud e inexperiencia del adolescente garantizan el perdón en términos sociales. Tenía un pase porque estaba en camino de convertirse en un hombre, pero aún no lo era. Incluso ante la ley, las penas eran más leves para los pasivos. Y en el otro extremo, cuando pillaban a un pasivo de cierta edad, los castigos eran desorbitados; flagelaciones públicas, multas desproporcionadas e incluso exilio.
Qué Sacar de Todo Esto: Los Peligros del Historiador
Todo esto es muy interesante, pero ahora tenemos que entender cómo interpretar estos datos. Para hacerlo, tenemos que ser muy conscientes de los errores que podríamos estar cometiendo y de aquello que podríamos estar dando por sentado. Quiero que viajemos al pasado otra vez, pero esta vez con el sombrerito de historiadora puesto.
Como historiadora primeriza, vivo en constante tensión de que me pasen dos cosas. La primera es la que ya admití aquí. Suelo poner océanos entre hechos históricos y humanos reales. Me cuesta mucho imaginarme a la sociedad del siglo XV como poco más que sombras, aparte de su legado. Lo que hago para contrarrestarlo es hacerme preguntas que me permitan imaginarme las pequeñas cosas. ¿Pasaban frío en sus casas? ¿Con qué frecuencia los artistas trabajaban? ¿Leonardo da Vinci sentía que su arte era tan trascendente? ¿Había zapatillas de andar por casa? Este tipo de preguntas me ponen la cabeza en su sitio. Mirándolo ahora en retrospectiva, creo que mi conflicto real era entender cómo un individuo podía vivir en la delgada línea que separa una sociedad profundamente regulada por la Iglesia, y una sociedad cuyo arte refleja una sensualidad y unos apetitos muy reales.
Y si yo desligaba a la sociedad renacentista de la presente en exceso, también era porque intentaba con todas mis fuerzas no caer el error que se encuentra al otro extremo: el anacronismo. Si en el anterior post os animaba a acercaros, ahora os advierto que toméis cierta distancia. Para un académico es muy tentador investigar la homosexualidad en el Renacimiento: Es un buen título y atrae la atención. Además este tipo de relaciones realmente existían, así que lo más fácil sería extrapolar nuestro conocimiento de la homosexualidad hoy y situarla seis siglos antes. Pero no funciona así.
Hoy la homosexualidad es considerada una preferencia que marca tus hábitos sexuales y afectivos: una orientación sexual. En el Renacimiento en cambio, no había tal cosa como orientación sexual. Ser gay no se consideraba una preferencia permanente, y las relaciones entre personas del mismo sexo no se interpretaban como un estilo de vida. Tampoco había un concepto de heterosexualidad, porque los hábitos sexuales no eran tanto una cuestión de orientación sexual como de procreación. Si crear vida era la última meta, la heterosexualidad no era tanto una orientación o estilo de vida como la manera adecuada de hacer bebés. Practicar sexo oral o sodomía, incluso aunque fuera dentro de una pareja “heterosexual” también era considerado pecaminoso. Una vez que te desvías de la concepción, ya estás pecando así que no había tanta diferencia.
Antes mencioné que estas prácticas homosexuales construían una idea de masculinidad, y con esto me refiero a que, al ser la relación sexual con otro hombre un rito de paso en los años adolescentes, era una experiencia formativa. Los jóvenes eran pasivos, y la mayoría de ellos al llegar a edades apropiadas pasaban a ser los penetradores. Esto definía su edad, su rango y su posición en la constelación que llamamos masculinidad. De ser asociados con rasgos femeninos en su juventud, en calidad de pareja sexual sodomizada, pasaban a tomar su posición como hombres de pleno derecho (en el ámbito sexual).
Pero ellos no tenían noción de lo que es para nosotros la orientación sexual (homosexual, heterosexual, bisexual). Un ejemplo: en el comentario que el humanista Boccaccio hace de la Divina Comedia de Dante - obra en el que el protagonista es guiado por el infierno, el purgatorio y el paraíso – Dante es llevado al infierno donde se encuentra a unos sodomitas sufriendo castigos divinos. Prisciano, profesor, está entre ellos.
Bocaccio dice que él no sabía que Prisciano fuera culpable de ese pecado (Prisciano es un personaje histórico real), pero que cree que Dante lo puso ahí para representar las tentaciones de un educador en su posición. Del modo en que lo ve Bocaccio los estudiantes, por su juventud, son accesibles y abiertos a obedecer lo que su profesor les pida, sea la petición decorosa o no. El historiador James Schultz traduce esto no tanto como una inclinación homosexual, sino como una persona sucumbiendo al pecado. La tentación se nos presenta de muchas maneras, y bajo diferentes circunstancias el profesor Prisciano podría haber cometido adulterio u otro pecado. Schultz aclara que esto no significa que Prisciano no prefiriese de hecho la compañía de hombres, sino que él no consideraría que sus atracciones fueran fruto de una orientación sexual.
Había también hombres que se sabía que preferían las relaciones con otros hombres y no sentían deseo por las mujeres, lo cual es más cercano a la noción actual de homosexualidad. Pero las dinámicas homosexuales descritas más arriba no se fundaban en una preferencia que afectase a los hábitos sexuales durante el resto de sus vidas, sino que eran más bien una actividad temporal de la que disfrutaban pero que no les desviaba de su objetivo de casarse con una mujer y tener hijos en el futuro.
Porque al final, no debemos olvidar el efecto que la religión tiene en los comportamientos. Algunos pecados son peores que otros, pero todos eran pecados al fin y al cabo. Aquí se castigaba el comportamiento homosexual, pero también el adulterio y la bestialidad (practicar sexo con animales). Estos comportamientos no se consideraban una preferencia que afectase tu vida, sino simplemente una desviación temporal del camino correcto, que con confesión y penitencia podía ser absuelto. A día de hoy sabemos que la orientación sexual no es un lapsus momentáneo, sino una forma de vida, pero imagínate vivir en el Renacimiento. En esa época la Iglesia permeaba cada aspecto de tu vida íntima, incluso hasta el punto de determinar qué posturas son adecuadas durante el sexo. Puedes evadir las normas, puedes trampearlas, puedes romperlas. Pero esas normas tenían demasiado alcance para plantearse la homosexualidad como una identidad de pleno derecho.
Žižek y la fábula de la libertad
Pero qué sentido tiene hablar de historia si no podemos usar su análisis para aprender de ella. De estos relatos de sodomía yo extraigo una lección en libertad que podemos aplicar hoy.
La conclusión que yo saco de esto me recuerda a una historia que cuenta mucho el filósofo Slavoj Žižek. Para quien no conozca a Žižek, es uno de los filósofos en activo más populares a día de hoy. Es de corte comunista, y bastante polémico. Mitad filósofo, mitad showman. No me puedo resistir a poner un link de él explicando qué es la filosofía, siendo entrevistado desde su cama. Sin camiseta.
(Fig. 3: Y esta es su foto de archivo. Yo también escribo gran parte de esto desde la cama, porque soy fan)
El caso es que a Žižek le gusta mucho un viejo chiste de la difunta República Democrática Alemana. Va así:
Un obrero alemán consigue un trabajo en Siberia. Sabiendo que todo su correo será leído por los censores, les dice a sus amigos: “Acordemos un código en clave: si les llega una carta mía escrita en tinta azul, lo que cuenta es cierto; si está escrita en rojo, es falso. Al cabo de un mes, los amigos reciben la primera carta y está escrita en azul. Dice: “Aquí todo es maravilloso: las tiendas están llenas, la comida es abundante, los apartamentos son grandes y con buena calefacción, en los cines pasan películas de Occidente y hay muchas chicas guapas dispuestas a tener un romance. Lo único que no se puede conseguir es tinta roja.”
Žižek usa esta historia para ilustrar nuestra situación actual. Tenemos todas las libertades que queremos, menos la tinta roja. Nos sentimos libres porque carecemos del lenguaje necesario para articular nuestra falta de libertad. Es una idea muy poderosa. Žižek luego lo lleva por otros derroteros, pero para el propósito que nos ocupa nos quedaremos con la idea de la articulación de la libertad. Un hombre del Renacimiento puede que sea homosexual en el sentido actual de la palabra, pero por aquel entonces no existía el lenguaje para articular la libertad sexual, y mucho menos la orientación sexual. Lo que había era una lista de pecados entre los cuales estaba la sodomía. Era más fácil atribuir el deseo homosexual a un pecado repetitivo causado por la incesante tentación, antes de pensarlo como una forma de vida.
Esto no sólo se trata de anécdotas, o de datos curiosos del pasado. Para mí, esto va sobre las lecciones que nos llevamos. Hoy en día es bastante claro (quizás no tan claro para algunos) que la homosexualidad no es un pecado, sino una preferencia que determina tu conducta afectiva: porque tenemos la tinta roja. La lección que me llevo de esto es que a partir de ahora estaré con los ojos abiertos para detectar todos los tipos de tinta roja de los que carecemos hoy. Porque quizás, si las buscamos hoy, no tenemos que esperar otros quinientos años para aprender de nuestros errores.
Referencias
Schultz, James A. “Heterosexuality as a Threat to Medieval Studies”, Journal of the History of Sexuality, Vol, 15, 1. (Jan 2006): 14-29.
Rocke, Michael. Forbidden Friendships: Homosexuality and Male Culture in Renaissance Florence. Oxford: Oxford University Press, 1996.
Rocke, Michael “Gender and Sexual Culture in Renaissance Italy” in Gender and Society in Renaissance Italy, edited by Judith Brown and Robert Davis. London, New York: Routledge, 2014.
Žižek, Slavoj. Trouble in Paradise: From the End of History to the End of Capitalism. London: Penguin, 2014.
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