Gente, el Renacimiento mola. Y no mola por las mismas razones por las que creéis que mola. Sí, el Renacimiento es conocido sobre todo por la filosofía, la literatura y el arte; un momento de florecimiento cultural en el que los mejores artistas estaban creando esas obras icónicas que ahora visitamos en vacaciones para sacar fotos y subirlas a Instagram. Es conocido como la época de los mecenas, de la recuperación del arte clásico griego y romano y de nuevas técnicas artísticas, pero es mucho más que eso.
Aquí viene un hiato en donde innecesariamente os cuento mi vida, pasa al párrafo siguiente si te da muy igual. Yo soy 80% filósofa y 20% historiadora, con la parte de historiadora del arte adquirida en los últimos dos años. Muchos pensará que no hay mucha diferencia entre la manera de hacer las cosas entre esas dos disciplinas, pero la hay. Además mi especialidad es arte contemporáneo así que el Renacimiento no era mi fuerte. Cuando empecé a estudiarlo yo pensaba que los artistas del Renacimiento eran gente muy digna, muy culta, muy humanista y muy religiosa que vivía hace mucho tiempo. Pensaba que las cosas que ellos habían vivido estaban tan lejos en el tiempo que casi no los veía como seres humanos reales, con impulsos y necesidades como tenemos nosotros. Era como si en mi mente, ellos vivieran separados de las cosas que nos hacen humanos hoy. Qué equivocada estaba.
De alguna manera, nuestra admiración por la faceta más conocido del Renacimiento nos impide ver la parte mala. Estudios postcoloniales nos enseñan que el humanismo – la corriente de pensamiento de la época – era profundamente discriminatoria. El hombre de Vitruvio representado por Leonardo da Vinci, considerado como símbolo de la perfección humana, es al fin y al cabo un hombre europeo y blanco. Y aunque quizás de aquellas no se viera, eso conlleva su propia carga de asunciones. Pero eso es otra historia para otro post.
Mi intención aquí es compartir las imágenes que me hicieron sentir el Renacimiento como mío. Y no son las Mona lisa o la Capilla Sixtina, sino cosas rarísimas que me hacían preguntarme en qué estaban pensando. En cada publicación traeré una obra nueva que te va a hacer replantearte la imagen que tenías del Renacimiento. La lista resultante saca a la luz un Renacimiento mucho más retorcido del que se estudia en los libros de texto, cuyos relatos están plagados de querubines y cuerpos bellamente esculpidos.
¿Por qué esta gente le está tocando el pene al niño Jesús?
La historia del arte a menudo empieza con hacer una pregunta que otros han pasado por alto. Esto es lo que hizo el crítico e historiador Leo Steinberg en los 80. Lo que Steinberg no entendía era por qué en cientos de imágenes religiosas los genitales del niño Jesús se exhibían tan descaradamente hasta el punto de que representar a otros tocándoselos. Otra buena pregunta, ya que estamos, sería que por qué en casi medio milenio nadie se molestó en preguntarse lo mismo que Steinberg.
La segunda pregunta es más fácil de responder: cuando estás estudiando el digno y refinado Renacimiento, nadie quiere ver cómo la maestría artística, los exuberantes colores y la maravillosa perspectiva lineal se arruinan ante un tocón dibujado al que no se le ocurrió que tocar a un bebé en sus partes quizás no fuera el saludo más adecuado.
En el grabado La Sagrada Familia, de Baldung Grien (fig. 1), podemos ver a Santa Ana, la madre de la Virgen María, tocando el pene del bebé. Para ser honestos, esta acción no ha pasado completamente desapercibida para los historiadores, pero ha sido generalmente atribuido a un comportamiento normal para una abuela según las costumbres de la época. No sé muy bien a que se refieren con eso, pero supongo que el “agarre genital” no está tan de moda ahora como hace 500 años.
¿Decepcionados con esta explicación? Steinberg también lo estaba. Fue él quien se atrevió a ofrecer una excusa razonable para estos familiares tocones - Santa Ana y compañía -, y así propuso una teoría muy interesante de por qué estas representaciones pueden ser más que un reflejo de las costumbres de la época.
Lo que Steinberg dice es que el arte no es ni ha de ser una representación fiel de los aspectos de la vida diaria. Cualquier otro bebé gatea, llora, y quizás en el renacimiento su pene fue manoseado por su abuela. Y aun así, el bebé que vemos aquí no es un bebé ordinario.
Según el catolicismo, este bebé es Dios encarnado, Dios, en su omnipotencia, se convierte en carne, y es la presencia divina en la tierra. Y cuando un artista o artesano dispone a crear una representación del niño Jesús ha de usar los medios que tenga para reflejar en su obra el hecho de la encarnación. No es simplemente dibujar un bebé. ¿Cómo mostrar en tu obra que ese niño no es un simple niño, sino una divinidad?
Hay dos maneras de hacer esto. La primera es tratar de transmitir la divinidad del bebé en el lienzo. Para eso se puede hacer uso de la expresión corporal del bebé; representar sus brazos abiertos en un gesto de bienvenida, o levantando el índice y el pulgar en gesto de bendición, lo que se llama el Cristo pantocrátor. También se puede hacer uso de la luz y composición, seguro que todos hemos visto niños Jesuses voladores bañados por la luz (fig.2)
El segundo modo de demostrar la encarnación es completamente diferente. En vez de recalcar la naturaleza sobrehumana del bebé, se recalca su naturaleza extra humana. Al fin y al cabo, convertir a Dios en hombre es una gran proeza, y Dios lo ha hecho tan bien que no hay diferencia entre el niño Jesús y cualquier otro niño. Parece retorcido, pero representar a Jesús como un niño ordinario aunque no lo sea es una manera de mostrar tu devoción. Porque Dios quería que fuera humano, y cuando la encarnación se hizo, fue completa. De ahí que un artista renacentista se decidiese a incluir momentos más íntimos pero muy ordinarios para la vida de un bebé, como la virgen dando el pecho (fig. 3).
¿Pero por qué escoger un acento sexual? Demostrar la humanidad de Cristo es perfectamente justificable, pero por qué justo esa faceta de la humanidad. Porque dos de los rasgos humanos que Dios no posee es la sexualidad y la mortalidad.
La comprobación es igualmente importante, incluso Santo Tomás tuvo que comprobar las heridas de Jesús después de la resurrección. La comprobación de la mortalidad y resurrección está presente en la Biblia. Caravaggio representó este pasaje en el Barroco. Es importante atestiguar que Cristo realmente había muerto, para confirmar su mortalidad. Y paralelamente, por eso Santa Ana toca el pene del niño, porque el hecho de que sea un ser sexuado confirma su humanidad.
Con el tiempo y ya pasado el Renacimiento, se abandonaría la representación de la sexualidad de Cristo por considerarla impúdica, pero nosotros siempre recordaremos de principios del siglo XIV hasta el XVI en el que nadie pestañeaba viendo un cuadro de una señora tocándole el miembro a Dios.
Referencias:
Steinberg, Leo “The Sexuality of Christ in Renaissance Art and in Modern Oblivion” October, Vol. 25 (Summer, 1983): 1-50.
Koch, Karl in Staatliche Kunsthalle Karlsruhe, Hans Baldung Grien, exh. Cat., Karlsruhe, (1959): 17.
Imágenes:
Figura 1. Hans Baldung Grien, Sagrada Familia, 1511.
Figura 2. Antonio da Correggio, Natividad 1529.
Figura 3. Ambroglio Lorenzetti, Madonna del Latte, c. 1325.
Figura 4. Caravaggio, La Incredulidad de Santo Tomás, 1602.